Playa roja Islandia, segunda etapa de viaje por los fiordos del oeste de Jordi Pujolà, escritor español en Islandia. Con el apoyo de Icelandic Mountain Guides.
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Para empezar, mira todo lo que puedes hacer en Islandia, verano e invierno.
En primer lugar, recomiendo leer previamente la crónica del día 1 en la remota isla de Flatey.
Playa roja Islandia, día 2
Abrí los ojos con el trino de los pájaros y vi los listones de madera, los tonos pastel de las paredes y los muebles antiguos de la habitación del hotel Flatey. La luz de la mañana se filtraba por las ventanas. Después de una ducha, racionando el agua, bajamos a desayunar al comedor. Nos esperaba un bufé con fruta fresca, pan recién horneado, mantequilla, queso, mermelada y otros productos locales. ¡Nada mejor para empezar el día!
De nuevo en el ferry
Tras hacer el equipaje, nos dirigimos hacia el muelle para coger el ferry, y volvimos a ver las ovejas en la playa, las embarcaciones varadas, la iglesia con su cementerio, la casa del boticario…
El trayecto en ferry no se hizo pesado. Pedí una taza de café y salí a cubierta a leer: café y libros, ¿qué mejor combinación?
Las aves se apiñaban en los islotes y miraban con atención al barco, giraban el cuello y seguían el surco que dejaba. Me sentía tan indolente como ellas: si entrecerraba los ojos, solamente veía unas manchas blancas en las rocas negras. El ruido de los motores se mezclaba con el del mar, gotas saladas salpicaban mi rostro y, a lo lejos, ya se divisaban las montañas. ¡Estábamos llegando a los venerados y aclamados fiordos del oeste en Islandia!, ¡la tierra prometida!
Los fiordos del oeste Islandia
Al atracar, el coche nos esperaba en el aparcamiento. Los operarios del ferry lo habían dejado allí mientras pernoctábamos en Flatey.
La insignificancia del hombre
Arrancamos entre un enjambre de vehículos que aguardaban su turno para entrar en la bodega del barco y hacer el camino a la inversa: Flatey, en primera parada, y la península de Snæfellsnes, después. Nos dirigimos hacia el oeste. La carretera asciende. La primera impresión, al mirar la costa pedregosa, las montañas desforestadas, al otro lado, es desoladora; como una isla desierta tras un naufragio.
Es lo que buscaba. Aquí se siente la insignificancia del hombre respecto a la naturaleza. Este paisaje no ha cambiado en siglos. Los fiordos se crearon tras las erupciones volcánicas del periodo terciario y el hielo los ha ido esculpiendo a su antojo.
El decorado
El sol brillaba en lo más alto del cielo y las nubes parecían algodones. Me dije que tenía que haber algo más detrás de aquel decorado. Bajé la ventanilla y entró una brisa húmeda; automáticamente se me erizó la piel del brazo. Yo, un hombre que había vivido tantos años en una ciudad, me encontraba en la zona remota del Atlántico Norte. Me emocioné. Podía volar como los pájaros que planeaban y estudiaban la superficie del mar en busca de peces.
La excursión de la playa roja Islandia
Más tarde, hicimos una parada obligada antes de llegar a la playa roja Islandia: el barco abandonado en Barðarströng (Bardarstrong). Se conserva bastante bien y ya forma parte del paisaje. El Gardar BA64 fue un ballenero de casco reforzado que navegaba a vapor y con velas. Fue declarado inservible en 1982 y abandonado en el valle Skápadalur.
Por cierto, para llegar a Raudisandur, la playa roja Islandia, hay que bajar unas pendientes vertiginosas con giros de 90 grados. Pisé tanto el freno que casi saco el pie por el faro del jeep. Pero al final, mereció la pena. Aparcamos frente a un acogedor kaffihús —cafetería— con un porche orientado a la playa roja de Islandia. El viento flagelaba la bandera de Islandia en un poste. Se oía su quejido y nada más. Al final de la carretera, se divisaba una iglesia, el cementerio y unas ovejas, que levantaban la cabeza unos instantes y seguían pastando, como si el tiempo se hubiera parado. Y nosotros estábamos en esa postal.
Rauðisandur Islandia
Había baja mar y caminamos por la playa, llena de crustáceos (el desgaste de sus caparazones, durante tantos años, es el que da color a la playa roja Islandia) y algas. La arena es roja, pero en algunos tramos también es blanca como en el Caribe. Sin embargo, se trata solo de una fina capa porque cuando pisas, aflora una especie de chapapote que se engancha a los pies.
Luego nos adentramos y nos situamos en un punto donde parecía que estábamos en el desierto. «¿Y si ahora sube la marea?», preguntó mi hijo. Miré la superficie rizada de los charcos. «No hay peligro hasta la noche», contesté para tranquilizarle; pero sugerí volver a la orilla. Nos habíamos alejado demasiado.
El café con vistas a la playa roja Islandia
Luego fuimos al café. En Islandia, aunque sea verano, hay que abrigarse bien (¿has leído el post sobre la ropa?). No nos sentamos en el porche porque hacía viento, pero si en una mesa detrás de la ventana. Éramos los únicos clientes. Nos quitamos las chaquetas y, seguidamente, una mujer de pelo gris y rostro rubicundo nos tomó nota. La máquina de moler café se puso en marcha e interrumpió por unos momentos la voz de Haukur Morthens, que salía por un pequeño altavoz. Pensé: «ahora ya puede subir la marea».
Paseé la mirada por la casa: era de madera, prefabricada e irradiaba buenas vibraciones. Todo estaba limpio y ordenado. Entonces, la matrona dejó un plato de flatkökur con mantequilla y trucha ahumada sobre la mesa, puso las manos sobre el delantal y sonrió. El café era oscuro y amargo y lo mantuve un buen rato en el paladar. Todo estaba delicioso. Por cierto, os voy a dar un dato curioso: ¡la trucha la ahúman con boñigas! ¿Quieres saber más cosas curiosas de Islandia?
El crimen de la playa roja Islandia
No obstante, en este hermoso paraje se perpetró uno de los crímenes más macabros de Islandia. En el año 1802, a pesar de que solo vivía un par familias en este área, dos personas fueran asesinadas. A continuación, en este enlace se cuenta un poco la historia.
Proseguimos nuestro viaje y abandonamos la playa roja Islandia. Las carreteras de los fiordos, muchas veces sin asfaltar, además de sinuosas, ascienden y descienden constantemente. Para colmo, hay niebla. Debe de conducirse con precaución. Supongo que por eso, en invierno, casi nadie circula por aquí.
¿Cómo será esta zona en invierno? Me la imagino cubierta de nieve y totalmente incomunicada. Un lugar perfecto para que aterricen los extraterrestres y nadie los moleste. Mira este inquietante vídeo, dice lo mismo que mi novela Necesitamos un cambio. El sueño de Islandia, Eds. Camelot.
Látrabjarg el Finisterre de Islandia
Así pues, llegamos a otra atracción del viaje: el cabo Látrabjarg, en el extremo más occidental de los fiordos y también de la isla. Aparcamos el coche y subimos hacia el altiplano donde se acaba el mundo y el viento no tiene rival. Tampoco hay árboles —Islandia, en general, es un país de pocos bosques—. La vegetación de los fiordos se limita a pequeños arbustos y líquenes que dan a las rocas volcánicas un tamiz amarillo y verde. El aire es puro y el cielo pesa sobre las cabezas. Las gaviotas vuelan en círculos, graznan y luchan contra el viento. También podéis ver puffins.
El acantilado de las gaviotas
De pronto, miré el acantilado (14 km de largo y 440 m sobre el mar) y, de forma instintiva, cogí las manos de los niños y dije que no se acercaran más. El camino está lleno de piedras y un resbalón puede ser mortal —más de un turista se ha despeñado haciendo fotos a los frailecillos. Así que, cuidado—. El mar, abajo, formaba remolinos, chocaba contra las rocas impetuosamente y se convertía en espuma.
En diciembre de 1947, un barco inglés naufragó tras una tormenta de nieve y el rescate, llevado a cabo por los granjeros de Hvallátur, que se jugaron la vida deslizándose con cuerdas y la ayuda de caballos; fue durísimo. La naturaleza en Islandia tiene dos caras: la belleza y el peligro. En el museo Nacional de Islandia se encuentran las fotografías. Id a visitarlo. ¡Os encantará!
Regreso al albergue Hnjótur
Después de un día de tantas aventuras, enfilamos de nuevo hacia el próximo destino: el recomendable albergue Hnjótur, en Örlygshöfn. El propietario, un hombre muy amable que en invierno trabaja de carpintero en Groenlandia, cocinó un estupendo cordero. Tampoco faltó el vino. Después de la cena, nos dejó la llave de su hangar privado y salimos a ver la joya de la corona: un avión de la marina de los EEUU, mejor conservado que el de Sólheimasanður.
Continuará en el siguiente capítulo. Por favor suscribíos a este blog, en la columna derecha de la pantalla, solamente tenéis que escribir vuestro e-mail, y recibiréis avisos automáticos de todos los relatos de Islandia.
Ahora os dejo con el vídeo. Disfrutad y recordad que hay unos cuantos más en mi canal You Tube, Islandia en invierno y en verano.
La Playa roja de Islandia, un artículo de Jordi Pujolà, escritor español en Islandia.
Adicionalmente, preguntas frecuente sobre Islandia
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