Reykholar Islandia es un artículo de Jordi Pujolà, escritor español en Islandia.
Y fotografías de Guðný Hilmarsdóttir.
Esta es la quinta escala de mi viaje por los agrestes fiordos del oeste en Islandia.
Recomiendo empezar el trayecto desde el día uno.
Visita a Reykhólar
Nuestro último alojamiento, el hotel Bjarkalundur, se encuentra en la parte más meridional de los fiordos del oeste, entre Kollafjörður y Gilsfjörður. Todavía faltaba un poco para cenar, así que fuimos a visitar la pequeña península de Reykhólar.
La belleza majestuosa de los fiordos del oeste
La carretera es sinuosa y alcanza gran altitud. Detuvimos el coche y disfrutamos de las vistas. El fiordo semeja un río, pero el agua procede del mar; invadió la costa en la era del deshielo, cuando los glaciares se desprendieron de las colinas como cuchillos. Por eso son tan profundos y las montañas están tan cerca de las riberas. Los vikingos se adentraban por el fiordo navegando.
El agua estaba rizada y aparecían borreguillos a un lado y a otro que se esfumaban con la corriente. El sol reverberaba sobre sus escamas. El cielo azul y las nubes de algodón parecían un decorado. De nuestra ribera, un camino de tierra conducía a una granja de tejado rojo. ¿Cómo es la vida aquí durante el invierno, cuando todo está nevado?, ¿cómo son sus moradores? Di un chasquido con la lengua y observé los pájaros planeando. Este es su reino y supongo que les daba lo mismo que hubiesen dos adultos y dos niños al lado de un jeep. Ellos no entienden de coches, de ciudades o de fábricas. En los fiordos de Islandia, la naturaleza todavía es virgen. «Somos libres» dije. Los niños y mi esposa asintieron. Nadie quiso romper el silencio.
Reykholar Islandia, el pueblo de los niños
Retomamos la carretera y nos dirigimos al pueblo, que únicamente tiene 120 habitantes y queda guarecido por las montañas, unas murallas marrones e inexpugnables. Las casas se agrupan en semicírculo como en una urbanización. Cada pocos metros, podían leerse carteles que rezaban: «Niños. Reduzca la velocidad», «Conduzca con cuidado», «en este pueblo está prohibido correr», etc. En las señales también había dibujos infantiles. Lo recorrimos despacio. Fue una sensación extraña. No caminaba nadie por la calle, pero era evidente que había gente en sus acogedores hogares. Me imaginé a las familias sentadas a la mesa y casi podía oler el cordero rustido. Los jardines estaban bien recortados y había columpios y colchonetas para los niños. Islandia es el país de los niños, disfrutan de una libertad inaudita en los tiempos que vivimos. Por todas partes hay niños de cabellera rubia corriendo y saltando.
Reykholar Islandia, ovejas pastando en los islotes
En cinco minutos recorrimos todas las calles. Pasamos frente al hotel, que estaba cerrado, la gasolinera, la iglesia tocada con su capuchón y el camposanto, la piscina… y llegamos al pequeño puerto en el que se divisa la fábrica de pescado que emplea a la mayoría de sus habitantes. Lo más curioso es que las ovejas se las ingenian para saltar a los islotes que proliferan en esta zona. No se veía ningún humano; estábamos rodeados de pájaros, peces y ovejas.
Vadalfjall la montaña de basalto
Cenamos en el hotel y nos decantamos por unas pizzas finas y crujientes. También me sirvieron una jarra de cerveza islandesa que maridaba a la perfección. Junto al comedor, hay unos sofás y muebles antiguos esparcidos por una sala grande. También los típicos cuadros de paisajes lánguidos. Algunos huéspedes, la mayoría locales, veían la televisión.
Acabamos alrededor de las ocho de la tarde. Miré por la ventana: se veía la montaña, el mar y la carretera perdiéndose en el horizonte. Todavía no había oscurecido. Era agosto y nos encontrábamos muy al norte. Siempre que veía un mapa, me regocijaba señalando la zona remota en la que nos hallábamos; me hacía sentir un aventurero. Condujimos por la montaña Vadalfjall hasta que el camino dejó de ser transitable con nuestro coche. Continuamos a pie y escalamos la cima de inferior cota.
La roca es de basalto (procede de los volcanes y cubre el 70 % de la Tierra, también se encuentra en el fondo del mar), la vegetación se limita a unos líquenes verdes y amarillos y florecillas árticas. Asimismo las vistas son sobrecogedoras. Nos pusimos a gritar de forma espontánea. El eco rebotó en las montañas y después se deslizó hacia el mar. Mi hijo quería subir al otro pico (a 500 metros de altitud), pero la noche caía por momentos y la niebla se espesaba. Allí no hay luces. Teníamos que salir porque el camino no está señalizado ni hay casas a los lados ni nada.
Reykholar Islandia, un pequeño susto
Mi esposa y yo nos miramos y pensamos lo mismo. Cogimos a los niños de la mano y apresuramos el paso. Al llegar al coche, un nubarrón se instaló sobre los dos picos. Mi mujer se aferró al volante, podía ver sus nudillos blancos. Conectó las luces de cruce; la visibilidad había menguado notablemente. El descenso se hizo interminable. Si nos quedábamos atrapados en alguna zanja, ¿tendríamos que pasar la noche allí? No llevábamos linternas y los teléfonos no tenían cobertura. Para colmo, la niebla empañó los cristales y creó unas siluetas fantasmagóricas a los lados. Al alcanzar la carretera, miré la montaña atrás y vi que la noche caía completamente. Sentí un escalofrío.
Focas en la península de Fellströnd
Al día siguiente, tras el desayuno, dejamos el hotel de verano más antiguo de Islandia y emprendimos el camino hacia la casa del vikingo Erik rojo Islandia. Abandonamos definitivamente los fiordos y nos adentramos en la isla. Pasamos por la península de Fellströnd, pero esta vez no la rodeamos. También es una ruta maravillosa. En el extremo se ve un archipiélago que se extiende hasta la península de Snæfellsnes. También es una zona donde las focas, curiosas por naturaleza, proliferan.
Para finalizar, preguntas frecuentes sobre Islandia.
Reykholar Vadalfjall Islandia es un artículo de Jordi Pujolà, escritor español en Islandia
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