Caminata fin del mundo Islandia es un artículo del escritor español Jordi Pujolá.
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Caminata fin del mundo Islandia
Tercera etapa de la ruta de senderismo por los fiordos del este de Islandia. Ve a la primera etapa pulsando este enlace y no te pierdas los puffins, etc.
Los turistas se obsesionan con alquilar un coche y dar la vuelta a la isla en una semana; pero viajar no es una carrera. Viajar a Islandia nos brinda la oportunidad de disfrutar de una naturaleza que parece de otro mundo.
Como siempre digo, para mí, lo mejor, es caminar entre parajes que en invierno están sepultados por la nieve y solo tienen los pájaros acceso. En la montaña, con mi mochila, me siento tan libre e independiente como cuando voy en bicicleta.
En Islandia despierta el instinto primitivo del hombre
Aunque la raza humana ha evolucionado mucho y la mayor parte de la población vive en ciudades, dentro de nuestro ser pervive un instinto animal que todavía se siente a gusto en la naturaleza. Nuestro organismo agradece el aire puro y fresco que se respira, la presencia de animales y vegetación alrededor. Islandia, un país todavía misterioso, inexplorado y salvaje, nos brinda la oportunidad de conectar con nuestros orígenes. Hay muchas personas que se encuentran, de repente tan bien, que sienten una especie de despertar.
La ruta hacia el fin del mundo Islandia
Partimos de Breidavik (Breiðavík) en dirección al siguiente albergue situado en Húsavík (no el del norte).
A propósito, en Breidavik hacia un viento espantoso. Por consiguiente, los componentes de la expedición apenas podíamos hablar. En los picos de las montañas se anudaba la niebla y unos nubarrones grises se desplazaban como carros de combate. El trino de las golondrinas árticas era inquietante, formaban otra nube encima de nuestras cabezas. Sin embargo, no nos atacaron. Eso sería otro día.
Inicio caminata al fin del mundo
El principio de la etapa es escarpado. El ascenso se hizo difícil contra el viento. Pronto perdimos de vista el mar, los pájaros y el mal tiempo. Desde lo alto, se divisaba el camino serpenteando, las montañas nevadas…
y un riachuelo…
y, en la otra ribera, una pareja de cisnes con sus crías.
A las dos horas, pasando frente a pequeñas cataratas y estanques de aguas tan quietas que parecían pintadas, llegamos a la cima (450 metros de altitud).
No obstante, nos rodeaban montañas todavía más altas de colores oxidados. El viento y el hielo habían esculpido unos afilados cuernos en las cumbres.
Mientras iniciábamos el descenso, me daba la impresión de avanzar por un templo de piedra abandonado en dirección al fin del mundo. Miraba en las cuatro direcciones y no se apreciaba ningún rastro humano. Es en esos momentos, es cuando olvidas todo atisbo de la civilización. Aquí no hay conexión a Internet y lo máximo que puedes hacer con un teléfono son fotos.
Las zonas montañosas de Islandia
Por cierto, en la ladera de la famosa montaña Hvítserkur, se puede distinguir la cara de un monstruo. También hay montañas burlonas.
En general, no damos importancia a las montañas, pero si te acercas un poco, se escucha su infinito silencio, su paciencia y sabiduría. Son impasibles a las estaciones, a la nieve, al viento y a los hombres. Surgieron del mar tras sucesivas explosiones volcánicas en la era mesozoica.
La hora del almuerzo
Íbamos haciendo paradas: buscábamos un sitio en la hierba, protegido del viento, y nos sentábamos al sol. Comíamos los bocadillos que habíamos preparado por la mañana y bebíamos café de los termos. Si alguien tenía que ir al lavabo, se escondía detrás de una piedra.
Esta es la sensación de libertad de la que os hablaba. Te das cuenta de que la mayor parte de las cosas que nos preocupan, no tienen la menor importancia.
Cuando empiezas a caminar, te olvidas del cansancio
Continuamos la marcha para no enfriarnos (la ropa que debes llevar a Islandia). Una vez que empiezas a caminar, ya no paras. Hay que estar un poco en forma, pero tampoco has de ser un Ironman. Las caminatas, al contrario de las rutas en coche, se hacen relajadamente y se emplean las horas que requiera el grupo.
Lo más curioso es que en los 13 km que recorrimos, vimos muchas aves y plantas, pero solo nos encontramos con una persona: un francés que cargaba un mochilón, en el que supongo que llevaba la tienda de campaña, y nos enseñó las fotos que había tomado de un zorro ártico.
Al llegar al nuevo albergue, recordad que en este viaje se duerme en 4 diferentes, todavía quedaban unas horas para que nuestra guía preparara la cena: trucha salvaje con limón y verduras.
Cuando empiezas a caminar, ya no puedes parar
Mis compañeros querían descansar, pero yo decidí visitar por mi cuenta la bahía de Husavík, cinco kilómetros alejada del albergue. Hay una iglesia y se divisa la agreste costa oriental de Islandia. La playa es negra. Según los planos antiguos, en el fondo, hay monstruos marinos.
El viaje en solitario mereció la pena. Cuando estás solo, al principio, la naturaleza te infunde respeto: cualquier ruido te parece extraño. Si bien, luego te das cuenta de que el único que te sigue es el viento y te dejas llevar con él.
El camino es una secuencia de lomas que no se acaba nunca. El senderismo te enseña a cultivar la paciencia. En el último montículo, está la iglesia: pequeña, blanca y de tejado rojo; rodeada de jardín. Al fondo, la línea infinita del mar. En ese momento, el sol se ocultó tras las nubes y el agua tomó ese color gris que me gusta tanto.
La iglesia del fin del mundo en el este de Islandia
Entré a la iglesia y me senté en un banco durante un buen rato. Disfruté de aquella paz en ese lugar remoto y me hice muchas promesas, como un caballero templario.
Al regreso, volví a encontrarme con las ovejas y los pájaros. La niebla, muy característica de la zona, se espesaba.
Una imagen final muy bonita fue la de un barco blanco cruzando la bahía con la bóveda de las nubes cerrándose encima. No os perdáis el vídeo.
Al llegar al albergue, nuestra guía, Gréta, ya estaba friendo los filetes de trucha con mantequilla de ajo. Aparte de los cuatro que formábamos la expedición, solo había dos huéspedes más: dos chicos americanos que visitaban Islandia por séptima vez. También recorrían la isla con sus mochilas. Teníamos provisiones de sobra y les invitamos a cenar. No hay nada como el ambiente entre montañeros.
Hora de descansar
Luego tomamos café, charlamos un rato y discutimos la ruta del día siguiente con un mapa sobre la mesa. Después, me fui a la cama (son literas), leí y tomé algunas notas. En la montaña, no te vas a dormir tarde. Hay que descansar y levantarse temprano.
Pulsa para ir a la cuarta etapa de viaje
Recordad que podéis viajar a Islandia sin moveos del sofá leyendo mi segunda novela El barman de Reykjavik.
Para finalizar, preguntas frecuentes Islandia.
Caminata fin del mundo Islandia es un artículo de Jordi Pujolá
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