Nevada Reykjavik Islandia es un artículo del escritor español y catalán en Islandia, Jordi Pujolà. Con el soporte de Icelandic Mountain Guides. Mira aquí sus excursiones por Islandia y Groenlandia. 15% de descuento código JORDI20.
Nevada Reykjavik
Desde 1937 que no nevaba así en Reykjavik. El vídeo que incluyo al final del post es exclusivo. A esa hora de la mañana, los coches estaban atrapados, incluso los de la prensa, y poca gente osó salir a la calle. La mayoría fue testigo desde la ventana.
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Una nevada histórica en Reykjavik
Para empezar, el invierno 2016-17 ha sido muy suave en Islandia. Mirad vídeos anteriores en este enlace. Los islandeses, los españoles y los turistas se quejaban de la ausencia de nieve. Sin embargo, tal como reza el dicho popular: ¿Querías nieve? Pues ahí tienes dos cucharadas.
El domingo 26 de febrero de 2017, Reykjavik amaneció con 60 cm. de nieve. Afortunadamente era festivo porque el servicio meteorológico no la había previsto. Si hubiera sido, por ejemplo, lunes habría sido caótico. Los medios habían anunciado una gran tormenta el viernes 24 de febrero: se cerraron casi todas las carreteras y aeropuertos, y los barcos no salieron a faenar. Pero nadie esperaba lo que vendría después: una nevada Reykjavik histórica.
Las máquinas quitanieves
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En mi imaginación, vi al jefe de bomberos despertando a Dagur Eggertsson, el alcalde guaperas de Reykjavik, para alertarle de la situación. También a los conductores de las máquinas quitanieves levantándose de las literas, las sirenas aullando, poniéndose los monos fluorescentes y lanzándose por la barra que conduce al aparcamiento. Abajo están las quitanieves, amarillas y naranjas, limpias y enceradas. Ha sido un invierno aburrido, pero ahora salen a la calle como cangrejos: con sus palas en alto, los focos pequeños, redondos y encendidos.
Mejor en bicicleta nevada Reykjavik
Recuerdo que sonó el despertador en la mesita de noche; es de esos de pilas porque dicen que los eléctricos son perjudiciales por las ondas electromagnéticas. Eran las 6.30 de la mañana. Me levanté. Normalmente no miro por la ventana porque siempre voy en bicicleta y me limito a equiparme contando con el peor escenario. El mal tiempo me divierte, me espolea, me siento libre pedaleando en el ojo de la tormenta. Con todo, la gran nevada Reykjavik Islandia iba a ser diferente por muchos motivos.
El peor enemigo es el viento
Primero, mi suegra me había dejado su coche, un Subaru descacharrado al que tengo mucho cariño. Era el tercer día de trabajo consecutivo (turnos de 10 horas), estaba muy cansado y hacía mucho viento (el peor enemigo de los ciclistas porque no se puede combatir con buen equipamiento. En Islandia, el viento te lanza hacia arriba cuando estás en plena bajada). En cierta forma, me alivió tener el coche. Pero al bajar, ¡sorpresa! Un manto de más de medio metro de nieve cubría todo el aparcamiento. Los coches estaban sepultados. Era imposible salir hasta que llegara el batallón de las quitanieves. Y podía tardar porque la prioridad eran las calles principales. Nuestro barrio, Fossvogur se encuentra en un valle, por debajo del nivel del resto.
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Nevada Reykjavik Islandia, un momento histórico
Segundo, tenía que ir a trabajar. Todavía era de noche. El aparcamiento, desierto, estaba iluminado por unas luces tétricas. ¿Qué podía hacer? ¿Llamar al trabajo y decir que estaba incomunicado? Lo más fácil hubiera sido quedarme en casa. Pero miré a donde estaba aparcada mi bicicleta, la pobre parecía un árbol de Navidad, y me dije que sería toda una aventura salir. Quería ver cómo estaba la ciudad, hacer fotos, vídeos y escribir esta crónica. Era un momento histórico y a mí siempre me gusta ponerme las cosas más difíciles que los demás (¿Has leído mis artículos de motivación?). Así que subí al apartamento de nuevo y dije a mi esposa que no podía sacar el coche pero que iría al trabajo en bicicleta. Ella trató de disuadirme, si bien yo ya me estaba poniendo la ropa de astronauta. Me dijo que la llamara al llegar.
Nevada Reykjavik: la aventura
Me subí en la bici de montaña, equipada con ruedas de clavos, pero no podía pedalear. La nieve me llegaba a la cintura y se metía en los zapatos; cedía con facilidad y crujía. Empecé a arrastrar la bicicleta. De mi boca salía vapor como si estuviera fumando y solo oía el ruido de mi respiración y la fricción de mis pantalones impermeables con la nieve. Subir hasta la carretera principal no iba a ser una empresa fácil, pero debía intentarlo. Por el camino, no me encontré con nadie. Supongo que alguien de la urbanización me miraría con curiosidad desde la ventana. ¿Lograría salir de aquel desierto blanco?
El muro de Donald Trump en Reykjavik
Pues sí, salí del atolladero, aunque todavía me quedaban más de siete kilómetros para llegar al trabajo. Las quitanieves estaban trabajando frenéticamente y las palas rozaban contra el suelo emitiendo un chirrido espantoso, mucho peor que cuando rascas con la uña la pizarra de la escuela. Salían chispas y la nieve se apartaba hacia los lados formando unos muros que habrían hecho las delicias de Donald Trump. Los operarios me miraban como si estuviera loco. «¿A dónde va ese colgado en bicicleta?».
Caos en nevada Reykajvik 2017
Los carriles de bicicleta y peatones estaban anegados por la nieve. Así que no me quedó más remedio que circular por la calzada. Aún así, la nieve, marrón y pastosa, se enganchaba a las ruedas. Estuve a punto de caer varias veces. Me salté un semáforo en rojo frente a una patrulla de la policía, pero no dijeron nada. Fue divertido. Circulaban pocos coches, algunos iban en dirección contraria y muchos habían quedado atrapados en la nieve. Era como si hubiese explotado una bomba de neutrones.
Sin embargo, a medida que me acercaba al centro de la ciudad y amanecía, me fui encontrando con más gente que caminaba también desorientada por mitad del asfalto. Parecían ovejas. La nieve cubría puertas y ventanas de casas y comercios. Algunos vecinos salían con palas por las ventanas. Vi una estación de servicio con estalactitas. Las rotondas habían desaparecido. Seguí zigzagueando varios kilómetros hasta llegar al puente de Skeifan. Todas las calles estaban cortadas excepto la carretera principal (la Ring Road o Nº 1). Circulaban pocos coches, pero bajar allí en bicicleta era una temeridad.
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De repente, vi la luz de otra bicicleta que subía el puente. Otro chiflado. Yo estaba parado, bajo la luz amarillenta de las farolas, a tres bajo cero y decidiendo qué hacer. Entonces el ciclista se detuvo a unos diez metros. Su voz retumbó como en una catacumba. Era una guía de Icelandic Mountain Guides. Me reconoció por la chaqueta roja. Me dijo que ella iba a tomar la carretera Nº 1. Yo le dije que tenía muchas agallas, pero que yo no me atrevía. Demasiado arriesgado. Nos despedimos y la vi alejarse. Entonces sucedió algo.
La salvación
Una ranchera de la empresa Esavia con ruedas de tractor se detuvo ante mí. El conductor bajó la ventanilla y me preguntó: «¿A dónde vas, chaval?». «A Holtagardar, señor». «Pues pon la bicicleta detrás y te llevo». Así lo hice, pero a mitad de camino nos quedamos atrapados en la nieve. Nada grave. Sacamos unas palas. Unos obreros nos empujaron y salimos de las arenas movedizas.
Al final, llegué al trabajo con una hora de retraso. Había dos Land Rover Discovery atrapados en la puerta. Me sentí mal por la gente que gasta tanto dinero en vehículos de lujo. No me enrollo más. Mirad el vídeo. Os gustará. Podéis dar a «me gusta» en esta página de Facebook. Abonaos gratis al canal de youtube con muchos vídeos de Islandia. Mi novela Necesitamos un cambio. El sueño de Islandia (pulsa enlace). Eds.Camelot está disponible en Amazon, Casa del Libro, etc..
Nevada Reykjavik 2017 es otro artículo de Jordi Pujolá.
Para finalizar, preguntas frecuentes Islandia.
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